miércoles, 23 de noviembre de 2011

El artista que ama su tierra

"Me había fijado cómo las manos en las sociedades desarrolladas casi no valían nada"
Se inspira en mi Salvador, en la Palma, Chalatenango. Estos nombres que me salen como erróneos en Word pero que al decirlos llenan la boca, y evocan a mujeronas morenas con faldas de colores, a niños descalzos corriendo, a mercados de un millón de olores.

Dibuja con colores imposibles y trazos gruesos. Líneas negras rodean todas las figuras y siempre me gustó seguirlas con los dedos en los tapices de mi casa. Fernando Llort es pintor, es un pintor de su tierra. Pero el pintor no se contenta con ser pintor, y derrocha arte esculpiendo, componiendo, haciendo murales... y también es intérprete. Polifacético, el tipo.
Mi encuentro con él se produjo un día en el cuarto de mis padres, en Valladolid. Más concretamente, en la pared del armario. Desde la cama, tumbada, podía ver una suerte de firma en un tapiz que mis padres tenían colgado: Fernando Llort. Encima de la firma en blanco, los colores se peleaban por hacerse sitio en mis ojos. Rojos, azules, negros, amarillos. Quedé prendada de su firma y sus colores, y tengo la  capacidad (aunque no hace falta mucha, es bastante original) de reconocer un "Llort" en cuanto lo veo. Engancha.

Lo primero que me llamó la atención fue su extraña firma bajo todas sus pinturas: derrochaba personalidad. Nunca le puse cara, su firma hablaba por él.

Y buscando información más allá de su firma, he descubierto que es muy, muy católico; esto le llevó a vivir intensamente experiencias que se calificarían de místicas, y buscó su arte por sus sensaciones, por las emociones que vivía. Sé que decidió romper los esquemas establecidos y buscar los suyos propios, plasmar lo que ve como él sabe, con sus dibujos irreales, con sus líneas gordas.



Sobre todo, Llort es sus colores. Los mezcla y los hace uno, todos combinan porque él los junta. Hay cuadros de objetos sobre fondos blancos, hay cuadros de casas, de mujeres irreales, con ojos inmensos y pieles de mármol. Es El Salvador, de forma abstracta, absurda, suya. Pero es.


Como si de una frase hecha se tratase, cuando Llort salió a buscar inspiración, encontró su semilla. Pero semilla, semilla. Su árbol correspondiente es el Copinol, y el pintor decidió pintar miniaturas en esas semillas. ¿Original o no? La madera de pino blanco, oda a la exquisitez, también fue usada como base para su arte.







Lo que en un principio fue su galería, su centro de inspiración, su santuario particular, acabó siendo una cooperativa, tal es su afán por ayudar.

Y después de ser tantas cosas, a este pintor, escultor, compositor... le da tiempo para ser amante de su tierra, sin que le cueste, naciéndole solo, y le escribe y le mima, y le dice cosas como esta:
"Retiene la vida y desenreda en este mundo, nuestro mundo también. Esta tierra volcánica y deslumbrante de El Salvador es una fuente inagotable de cálidos, vivos y brillantes colores. Un mundo, no de colores débiles, velados por los vidrios manchados, o de transparencias esmaltadas, atormentadas por el sol de mediodía, sino el triunfo de los colores... ¡un símbolo de vida!"
Y El Salvador, como si se sonrojase, le devuelve los rojos que él le pinta, y yo no seré capaz de olvidar sus trazos en las paredes de mi casa.


Yo me sigo acordando de sus colores, sus mujeres y su firma.






1 comentario:

  1. Leerte es viajar un poco de nuevo a las tierras viejas que siguen esperando. Es un gusto poder viajar a través de tus relatos.

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