domingo, 20 de noviembre de 2011

Sin afán de Supermán

Habiendo vivido la inmensa parte de mi vida en Valladolid, la llegada a Madrid se me hizo bastante caótica, al margen de que yo de por sí también lo soy. Llegué hace dos años; el año pasado todo era nuevo, grande, casi ruidoso. Y con tanto ruido y sin saber muy bien a dónde mirar, yo no supe muy bien en qué fijarme.

Cuando este año decidí seguir ejemplo parental y me decanté por todo lo relacionado con la Solidaridad (y todo el rollo que he contado en mi presentación), empezar a buscar fue, a la vez, lo más fácil y lo más complicado que he hecho en mucho tiempo. Me explico: fue complicado porque fue un comienzo. El hecho de tener las manos vacías y la mente en blanco, con una línea de salida no muy clara, no suele ayudar a una persona con motivaciones recientemente descubiertas a empezar sus aventuras, por llamarlo de alguna forma. Cuando no se tiene nada, no se sabe cómo empezar. Y también fue fácil, entre otras cosas, por el simple hecho de estar en Madrid. Con su caos, su todo a lo XXL, sus prisas y sus agobios, Madrid ofrece una gama enorme en prácticamente cualquier ámbito o sector. Cuando seguía sin saber cómo empezar, hice lo más estúpido y, a la vez, lo que más ayuda me proporcionó: teclear en Google “cursos solidarios en Madrid”. A partir de ahí, encontré cursos, talleres, organizaciones, grupos… Toda suerte de asociaciones que podrían ser mi próximo proyecto.

Sin embargo, el proyecto que más ilusión me hizo no lo encontré en Internet, sino en un folio colgado de mi facultad (consejo: lean más los carteles de las facultades, dicen cosas interesantes, a veces): Solidarios. El grupo Solidarios cuenta con personas voluntarias en varios ámbitos, como son el de personas sin hogar, prisiones, hospitales, atención a personas de la tercera edad, ayuda educativa a menores… Yo me decanté por las personas sin hogar, y fue un gran acierto. Esta actividad se organiza por rutas, ocho en total. Cada día un grupo sale con su ruta, con termos y galletas, bizcochos y toda suerte de bollería para dar algo que asiente el estómago de la gente sin hogar que se encuentra en su recorrido. Generalmente son los mismos, y los veteranos y las veteranas en la ruta ya los conocen y más o menos saben su día a día.
En mi ruta de los martes, la coordinadora es Pichu, chica encantadora que lleva un año en Solidarios, y que me explicó las vidas de las personas a las que íbamos a visitar en el tiempo que nos llevó ir desde el centro de reunión y preparación de la comida hasta nuestro primer destino.

Una de las cosas que dije en la anterior entrada del blog era que quería escribir sin clichés, y tengo que reconocer que, en mi primer día de ruta, yo iba con varias ideas preconcebidas. Para empezar, inintencionadamente relacionaba a persona sin hogar con persona enferma, con problemas alcohólicos o de drogadicción, persona con pocos estudios, persona sola.
Nunca he tenido rechazo hacia la gente sin techo, pero esto es lo que yo pensaba… Y en todo me equivocaba.
Por supuesto que hay personas con problemas de drogadicción o alcoholismo. Es más, creo que yo sería la primera alcohólica si me viese en situación de calle. Pero no podemos generalizar, como siempre. Tampoco están todos enfermos, si obviamos las más que lógicas gripes, pulmonías etc, que pueden llegarles en invierno, como a cualquiera, pero con un mayor margen de probabilidad.

La idea de los pocos estudios se me borró en el instante en que conocí a Jessica, argentina recién llegada a España. Cuando la conocimos, estaba con Anastasius, un compañero griego que había llegado al país con ella. Al verla hablando en griego con su compañero de forma tan fluida, le pregunté cuántos idiomas hablaba. Ojiplática me quedé cuando me dijo que hablaba cinco idiomas y medio (el medio era japonés básico, pero no lo contaba porque, claro, era básico. JAPONÉS). Seis idiomas (me niego a ignorar el japonés) y en la calle.

Con respecto a la soledad, siendo sincera, aún no sé qué pensar. Creo que sí, que muchos o casi todos están solos, porque no están con quien realmente querrían. Mucha gente tiene familia o amigos en otros países, otras personas tienen familia y amigos aquí, pero ya no tienen relación. Otras personas no tienen ni lo uno ni lo otro. Muchos y muchas se relacionan con gente que está en su misma situación, pero no podría jurar que en todos los casos pudiésemos hablar de auténticas amistades.

Además de las ideas preconcebidas, otra tara fue el miedo ante el y-yo-contigo-de-qué-hablo. Fue fácil: de cualquier cosa. Me asombró el hecho de que, en algunos casos, las personas con las que hablaba no querían café, ni caldo, ni magdalenas. Querían hablar. Que te sentases ahí, y hablar. Y en esas noches he tenido muchas de las conversaciones más interesantes de mi vida.
Con esto quiero eliminar otra idea preconcebida: empatizar no es preguntar ¿y a ti, qué te ha pasado? Es más, evitad la pregunta. Si se quiere contar, se cuenta. Pero no se pregunta. ¿Qué más da lo que le haya pasado? ¿Acaso no tenemos información suficiente al saber que está en la calle, y que no es justo?

Quitémonos, señores y señoras del primer mundo de clase media para arriba la etiqueta de héroes con un pin de solidarios que vienen a rescatar a los pobres de sus miserias. No. No vamos a arreglarle la vida a nadie, no vamos a ponerles un piso en la playa, no vamos a cambiar su vida. Sólo vamos a intentar hacerla un poco mejor, en la medida en que podamos.
De cambiar la situación de la gente sin hogar deberían encargarse otros. Pero no las organizaciones como en la que yo estoy.

Nuestra función no es asistir a la gente en situación de calle, sino relacionarnos con ellos y con ellas, intercambiar opiniones… hablar. Nada de escaños, nada de jerarquías.

Sólo gente que va a hablar con otra gente. 

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