miércoles, 23 de noviembre de 2011

El artista que ama su tierra

"Me había fijado cómo las manos en las sociedades desarrolladas casi no valían nada"
Se inspira en mi Salvador, en la Palma, Chalatenango. Estos nombres que me salen como erróneos en Word pero que al decirlos llenan la boca, y evocan a mujeronas morenas con faldas de colores, a niños descalzos corriendo, a mercados de un millón de olores.

Dibuja con colores imposibles y trazos gruesos. Líneas negras rodean todas las figuras y siempre me gustó seguirlas con los dedos en los tapices de mi casa. Fernando Llort es pintor, es un pintor de su tierra. Pero el pintor no se contenta con ser pintor, y derrocha arte esculpiendo, componiendo, haciendo murales... y también es intérprete. Polifacético, el tipo.
Mi encuentro con él se produjo un día en el cuarto de mis padres, en Valladolid. Más concretamente, en la pared del armario. Desde la cama, tumbada, podía ver una suerte de firma en un tapiz que mis padres tenían colgado: Fernando Llort. Encima de la firma en blanco, los colores se peleaban por hacerse sitio en mis ojos. Rojos, azules, negros, amarillos. Quedé prendada de su firma y sus colores, y tengo la  capacidad (aunque no hace falta mucha, es bastante original) de reconocer un "Llort" en cuanto lo veo. Engancha.

Lo primero que me llamó la atención fue su extraña firma bajo todas sus pinturas: derrochaba personalidad. Nunca le puse cara, su firma hablaba por él.

Y buscando información más allá de su firma, he descubierto que es muy, muy católico; esto le llevó a vivir intensamente experiencias que se calificarían de místicas, y buscó su arte por sus sensaciones, por las emociones que vivía. Sé que decidió romper los esquemas establecidos y buscar los suyos propios, plasmar lo que ve como él sabe, con sus dibujos irreales, con sus líneas gordas.



Sobre todo, Llort es sus colores. Los mezcla y los hace uno, todos combinan porque él los junta. Hay cuadros de objetos sobre fondos blancos, hay cuadros de casas, de mujeres irreales, con ojos inmensos y pieles de mármol. Es El Salvador, de forma abstracta, absurda, suya. Pero es.


Como si de una frase hecha se tratase, cuando Llort salió a buscar inspiración, encontró su semilla. Pero semilla, semilla. Su árbol correspondiente es el Copinol, y el pintor decidió pintar miniaturas en esas semillas. ¿Original o no? La madera de pino blanco, oda a la exquisitez, también fue usada como base para su arte.







Lo que en un principio fue su galería, su centro de inspiración, su santuario particular, acabó siendo una cooperativa, tal es su afán por ayudar.

Y después de ser tantas cosas, a este pintor, escultor, compositor... le da tiempo para ser amante de su tierra, sin que le cueste, naciéndole solo, y le escribe y le mima, y le dice cosas como esta:
"Retiene la vida y desenreda en este mundo, nuestro mundo también. Esta tierra volcánica y deslumbrante de El Salvador es una fuente inagotable de cálidos, vivos y brillantes colores. Un mundo, no de colores débiles, velados por los vidrios manchados, o de transparencias esmaltadas, atormentadas por el sol de mediodía, sino el triunfo de los colores... ¡un símbolo de vida!"
Y El Salvador, como si se sonrojase, le devuelve los rojos que él le pinta, y yo no seré capaz de olvidar sus trazos en las paredes de mi casa.


Yo me sigo acordando de sus colores, sus mujeres y su firma.






martes, 22 de noviembre de 2011

La negra Sosa.

Fue, es y será la voz de Argentina, la voz de América Latina y la única voz a la que yo escucharé cantar Duerme negrito. Mercedes Sosa, cantora, que no cantante, era una argentina grande, dulce, llena de telas y con un pelo que nunca podré envidiar lo suficiente.
Pero, además, era valiente. La negra Sosa vivió en una época que ponía las cosas difíciles a los y las que tenían voz y querían usarla; Mercedes, para empeorarse la situación, tenía una voz preciosa. En su concierto en La Plata en el 78 cantó a su público y a los que no estaban allí, hasta que la oyeron. Fue cacheada y sacada de su escenario y de su público, que llenaba el auditorio escuchando las letras que ella no debía decir. Nunca se oyó una queja hacia la cantante.

Si Sosa cantaba bonito, su público escuchaba aún más bonito, y nunca tenía malas palabras para ella. De este concierto que hablamos, una tocaya suya le escribió esto, pocos días después de su muerte

La única noche que estuve presa fue después de un recital tuyo en La Plata, en el viejo Almacén San José. Te habías entusiasmado y cantado canciones no permitidas, habías abierto las ventanas para que escuchen los que no podían pagar. Estábamos todos eufóricos. Pero llegaron ellos con sus armas, haciendo por fin visible lo que sabíamos que pasaba. Nosotras en fila en el patio, apuntadas, aterradas; vos, tal vez con tu propio miedo, en una oficina donde te hacían escuchar los temas que cantaste, mostrándote tu desobediencia. A las seis de la mañana, consideraron que ya nos habían dado la lección y salimos al sol. ¿Sabés qué? Valió la pena. Si estás cansada, que tu partida sea en paz. Sabremos entender.

Un año después de su concierto, se vio obligada a exiliarse. Los parisinos fueron los primeros en tener el lujo, aún sin saberlo, de admitirla en sus tierras. Después, se vino para Madrid.
La voz de Argentina no se cansó de cantar, y aún fuera de su cuna natal, siguió cantando y sacando discos. En Francia publicó A quién doy, disco que en Argentina apareció con muchos espacios en blanco: la censura había tachado muchas de sus canciones.

Volvió en el 82 a Argentina para volver a irse, y regresar de nuevo a finales del 83.

La negra Sosa no dejó de cantar nunca, y se dedicó a apoyar en lo que creía y de entregarse a un público que también se entregaba a ella.

Para mí, Mercedes Sosa siempre será sus pañuelos enormes, su concierto en Argentina (éxito en ventas), su tambor enorme, y sus canciones. Aunque muchas no fueran suyas originalmente, ella como pocos sabía darles su acento, su ritmo... Las hacía un poco suyas, y las canciones se dejaban.

Yo me dormiría todas las noches escuchándote, negra Sosa.


lunes, 21 de noviembre de 2011

La educación lo es todo

Pocas frases hay que sean más ciertas que esta: "la educación lo es todo". Y cuando se dice todo, es todo: de nuestra educación dependerá nuestro nivel de interés por ciertas cosas, nuestros modales, nuestra forma de vida... pero también nuestras relaciones, nuestra forma de tratar, nuestra capacidad de empatizar y de estar abiertos a todas las opiniones que existan.

Tradicionalmente, la educación no ha abarcado a todos los sectores de la sociedad, y si pensamos ya en el caso de la educación superior, podríamos decir que, hasta hace no tanto, era un bien al que tenían acceso sólo unos pocos. Y no digo unos pocos y unas pocas. Generalmente eran unos pocos.
Si bien ya no podemos decir que las mujeres no tenemos la opción de acceder a la educación (ya no hablamos de educación superior, educación a secas), es cierto que aún hay más mujeres sin estudios que hombres, y a día de hoy sigue siendo un problema.

En el mundo hay casi 67 millones de menores sin escolarizar, del cual más de la mitad (un 53%) son mujeres. Después de recuperar el aliento con la estratosférica cifra (sesenta y siete millones, métanselo en la cabeza), nos damos cuenta de lo dicho antes: nosotras seguimos siendo más. Y este dato no lo doy en un intento de exaltación feminista en contra del machismo, sino que me parece importante por lo primero que se decía al principio: la educación lo es todo.

No podemos pretender separar los nexos entre el mayor porcentaje de incapacidad de acceso a la educación en las mujeres y, por ejemplo, la desigualdad de género. Para lograr una igualdad en tema de género la educación es fundamental, más concretamente la paridad de porcentaje entre hombres y mujeres con acceso a la educación (lo ideal sería 100% en ambos casos, pero vamos poco a poco).
Hablar de igualdad de género nos conduce, a su vez, a hablar de familia. Las relaciones familiares también serían más sanas, igualitarias y justas si cada uno de sus miembros pudiesen tener acceso a los mismos derechos, entre ellos, la educación.

Con todo esto en mente, Rosa María Mujica, educadora y miembro del Instituto Peruano de Educación  en Derechos Humanos y Paz (IPEDEHP), participó en la presentación de "Las niñas a clase: una cuestión de justicia", creado por la ONG Entreculturas . Este informe incide en la educación como herramienta necesaria para llegar a una sociedad más justa e igualitaria, y ofrece propuestas a los gobiernos para acabar con las injustas desigualdades entre hombres y mujeres.

Dentro de este ámbito, el proyecto en escuelas rurales de Quispicanchi lleva ya un tiempo creando pautas para fomentar el acceso de niños y niñas al colegio. Además, se ha mejorado la calidad de los propios centros educativos, y los niños y niñas van ya con ganas a estudiar y aprender, porque no hay actitudes violentas o perjudiciales para ellos y ellas. 

Mujica afirma que el trabajo fundamental se centra en los maestros, elaborando planes para trabajar en las propias conciencias de cada persona. Posteriormente, la misma técnica se lleva a los padres y madres, y a los hijos e hijas estudiantes. 

Actividades como esta, informes como el de Entreculturas y acciones de otros organismos deberían estar en los proyectos de todos los gobiernos, no sólo de asociaciones no gubernamentales. Si queremos una sociedad más justa, más igual y, en definitiva, más feliz, hay que cambiar las bases, que pasan necesariamente por un cambio en la educación.

Heroínas

Los desaparecidos en México siguen siendo noticia. La Comisión Nacional de Derechos Humanos calcula que se desaparecen cerca de 1600 personas al mes en este país. Estos desaparecidos son, en su inmensa mayoría, migrantes con destino Estados Unidos, a los que, en algún momento del trayecto, se les perdió la pista.
Sin embargo, a quien se tiene menos en cuenta es a las víctimas indirectas (no tan indirectas, según mi opinión) de esta desgracia: sus mujeres, madres, hermanas. Ellas son las que quedaron y tienen que aguantar solas el pilar de su familia, con recursos escasos, sin ayuda, sin apoyo.

Además de tener que sacar adelante a su familia, ellas siguen buscando a sus maridos, padres, hijos. Y todo esto de ilegales, porque las autoridades gubernamentales se desentienden y no tienen ningún tipo de organización interna y, sobre todo, de interés por cooperar.
La directora de la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho, Ana Lorena Delgadillo, conoce a la perfección la situación de estas mujeres, y critica fuertemente la no acción de los estados frente a este problema.
Dice, además, que las mujeres de Centroamérica lo tienen aún más difícil que las mexicanas, ya que no tienen documentos migratorios que les faciliten de alguna forma el traslado. 

Pero ellas siguen, guerreras, manteniendo con todo tipo de malabares una familia y buscando lo que se les perdió por aspirar a algo mejor, jugándose el tipo en asociaciones clandestinas e ilegales, que no dan tampoco garantías de éxito en la búsqueda. Si no las da el Estado, quién las va a dar.
Por otra parte, tampoco existe ningún tipo de coordinación entre México y los países de Centroamérica en un intento de colaborar y realizar búsquedas efectivas de estos desaparecidos. 

Más bien, no existe ni coordinación, ni interés, ni ganas. 
Lo que sí existe es una simulación, dice Delgadillo, por parte del estado mexicano: México goza de un gran número de instituciones, reglamentos... que velan por la defensa de los derechos de las personas migrantes y una política de investigación de las personas desaparecidas. Todo esto, de cara a la ONU o la Comisión Interamericana. Pero dentro, nada. Hueco. No hay ayudas, ni interés, ni cooperación. Ellas están solas, con su gran carga a la espalda, y siguen buscando.

Como heroínas, asumen el peso también emocional que esto les supone: la incertidumbre, la imposibilidad de seguir adelante porque no se sabe, la soledad ante las responsabilidades familiares, el peligro al que se enfrentan.

Las mujeres mexicanas y centroamericanas ya están curtidas y hechas a prueba de desaparecidos, de injusticia, de estados que no velan por sus intereses. Y cuando digo estados, no me refiero sólo a los mexicanos. Si la alarmante cifra de 1600 desaparecidos al mes está en Internet, dudo mucho que organizaciones tan poderosas como la ONU no estén al tanto. Pero son problemas que nadie mira, a nadie le interesan. En ámbito tanto nacional como internacional, las víctimas directas e indirectas de las desapariciones están mudas.

Las mujeres luchadoras no salen rentables a los organismos internacionales.


domingo, 20 de noviembre de 2011

Mi gran Galeano.

Escribe corto. Cuenta cuentos que parecen fáciles pero que sólo podría haberlos escrito él. Habla sobre lo que conoce (cosa que no todo el mundo puede decir). Critica frío y cercano. Sabe lo que dice cuando dice lo que dice. Es tierno, muy tierno. Sus relatos son suaves, con su acento uruguayo, plasmado hasta en papel. Defiende su América con palabras mejor de lo que nadie lo ha hecho con balas, con himnos o con banderas.
Ama lo que dice, y yo amo lo que escribe.

Y, como nacida y ausente en América Latina, no puedo evitar declararme fan incondicional.
¿Por qué? Me sobran los ejemplos.

Crónica de la ciudad de Bogotá
Cuando el telón caía, al fin de cada noche, Patricia Ariza, marcada para morir, cerraba los ojos. En silencio agradecía los aplausos del público y también agradecía otro día de vida burlando a la muerte.
Patricia estaba en la lista de los condenados, por pensar en rojo y en rojo vivir; y las sentencias se iban cumpliendo, implacablemente, una tras otra.
Hasta sin casa quedó. Una bomba podía volar el edificio: los vecinos, obedientes a la ley del miedo, le exigieron que se fuera.
Ella andaba con chaleco antibalas por las calles de Bogotá. No había más remedio; pero el chaleco era triste y feo. Un día, Patricia le cosió unas cuantas lentejuelas, y otro día le bordó unas flores de colores, flores bajando como en lluvia sobre los pechos, y así el chaleco fue por ella alegrado y alindado, y mal que bien pudo acostumbrarse a llevarlo siempre puesto, y ya ni en el escenario se lo sacaba.
Cuando Patricia viajó fuera de Colombia, para actuar en teatros europeos, ofreció su chaleco antibalas a un campesino llamado Julio Cañón.
A Julio Cañón, alcalde del pueblo de Vistahermosa, ya le habían matado a toda la familia, a modo de advertencia, pero él se negó a usar ese chaleco florido:
-- Yo no me pongo cosas de mujeres --dijo.
Con una tijera, Patricia le arrancó los brillitos y los colores, y entonces el hombre aceptó.
Esa noche lo acribillaron. Con el chaleco puesto. 

Las hormigas

Tracey era niña en un pueblo de Connecticut, y practicaba entretenimientos propios de su edad, como cualquier otro tierno angelito de Dios en el estado de Connecticut o en cualquier otro lugar de este planeta.
Un día, junto a sus compañeritos de la escuela, Tracey se puso a echar fósforos encendidos en un hormiguero. Todos disfrutaron mucho de este sano esparcimiento infantil; pero a Tracey la impresionó algo que los demás no vieron, o hicieron como que no veían, pero que a ella la paralizó y le dejó, para siempre, una señal en la memoria: ante el fuego, ante el peligro, las hormigas se separaban en parejas, y de a dos, bien juntitas, bien pegaditas, esperaban la muerte. 

(María, sé que el día que leas esto sabrás que me he acordado de ti)

La cultura del terror
A Ramona Caraballo la regalaron no bien supo caminar.
Allá por 1950, siendo una niña todavía, ella estaba de esclavita en una casa de Montevideo. Hacía todo, a cambio de nada.
Un día llegó la abuela a visitarla. Ramona no la conocía, o no recordaba. La abuela llegó desde el campo, muy apurada porque tenía que volverse en seguida al pueblo. Entró, pegó tremenda paliza a su nieta y se fue.
Ramona quedó llorando y sangrando.
La abuela le había dicho, mientras alzaba el rebenque:
- No te pego por lo que hiciste. Te pego por lo que vas a hacer. 


Ventana sobre la palabra


Magda recorta palabras de los diarios, palabras de todos los tamaños, y las guarda en cajas. En cajas rojas guarda las palabras furiosas. En caja verde, las palabras amantes. En caja azul, las neutrales. En caja amarilla, las tristes. Y en caja transparente guarda las palabras que tienen magia.
A veces ella abre las cajas y las pone boca abajo sobre la mesa, para que las palabras se mezclen como quieran. Entonces, las palabras le cuentan lo que ocurre y le anuncian lo que ocurrirá.


...y no os quedéis con ganas de más. ¡A leer!

Sin afán de Supermán

Habiendo vivido la inmensa parte de mi vida en Valladolid, la llegada a Madrid se me hizo bastante caótica, al margen de que yo de por sí también lo soy. Llegué hace dos años; el año pasado todo era nuevo, grande, casi ruidoso. Y con tanto ruido y sin saber muy bien a dónde mirar, yo no supe muy bien en qué fijarme.

Cuando este año decidí seguir ejemplo parental y me decanté por todo lo relacionado con la Solidaridad (y todo el rollo que he contado en mi presentación), empezar a buscar fue, a la vez, lo más fácil y lo más complicado que he hecho en mucho tiempo. Me explico: fue complicado porque fue un comienzo. El hecho de tener las manos vacías y la mente en blanco, con una línea de salida no muy clara, no suele ayudar a una persona con motivaciones recientemente descubiertas a empezar sus aventuras, por llamarlo de alguna forma. Cuando no se tiene nada, no se sabe cómo empezar. Y también fue fácil, entre otras cosas, por el simple hecho de estar en Madrid. Con su caos, su todo a lo XXL, sus prisas y sus agobios, Madrid ofrece una gama enorme en prácticamente cualquier ámbito o sector. Cuando seguía sin saber cómo empezar, hice lo más estúpido y, a la vez, lo que más ayuda me proporcionó: teclear en Google “cursos solidarios en Madrid”. A partir de ahí, encontré cursos, talleres, organizaciones, grupos… Toda suerte de asociaciones que podrían ser mi próximo proyecto.

Sin embargo, el proyecto que más ilusión me hizo no lo encontré en Internet, sino en un folio colgado de mi facultad (consejo: lean más los carteles de las facultades, dicen cosas interesantes, a veces): Solidarios. El grupo Solidarios cuenta con personas voluntarias en varios ámbitos, como son el de personas sin hogar, prisiones, hospitales, atención a personas de la tercera edad, ayuda educativa a menores… Yo me decanté por las personas sin hogar, y fue un gran acierto. Esta actividad se organiza por rutas, ocho en total. Cada día un grupo sale con su ruta, con termos y galletas, bizcochos y toda suerte de bollería para dar algo que asiente el estómago de la gente sin hogar que se encuentra en su recorrido. Generalmente son los mismos, y los veteranos y las veteranas en la ruta ya los conocen y más o menos saben su día a día.
En mi ruta de los martes, la coordinadora es Pichu, chica encantadora que lleva un año en Solidarios, y que me explicó las vidas de las personas a las que íbamos a visitar en el tiempo que nos llevó ir desde el centro de reunión y preparación de la comida hasta nuestro primer destino.

Una de las cosas que dije en la anterior entrada del blog era que quería escribir sin clichés, y tengo que reconocer que, en mi primer día de ruta, yo iba con varias ideas preconcebidas. Para empezar, inintencionadamente relacionaba a persona sin hogar con persona enferma, con problemas alcohólicos o de drogadicción, persona con pocos estudios, persona sola.
Nunca he tenido rechazo hacia la gente sin techo, pero esto es lo que yo pensaba… Y en todo me equivocaba.
Por supuesto que hay personas con problemas de drogadicción o alcoholismo. Es más, creo que yo sería la primera alcohólica si me viese en situación de calle. Pero no podemos generalizar, como siempre. Tampoco están todos enfermos, si obviamos las más que lógicas gripes, pulmonías etc, que pueden llegarles en invierno, como a cualquiera, pero con un mayor margen de probabilidad.

La idea de los pocos estudios se me borró en el instante en que conocí a Jessica, argentina recién llegada a España. Cuando la conocimos, estaba con Anastasius, un compañero griego que había llegado al país con ella. Al verla hablando en griego con su compañero de forma tan fluida, le pregunté cuántos idiomas hablaba. Ojiplática me quedé cuando me dijo que hablaba cinco idiomas y medio (el medio era japonés básico, pero no lo contaba porque, claro, era básico. JAPONÉS). Seis idiomas (me niego a ignorar el japonés) y en la calle.

Con respecto a la soledad, siendo sincera, aún no sé qué pensar. Creo que sí, que muchos o casi todos están solos, porque no están con quien realmente querrían. Mucha gente tiene familia o amigos en otros países, otras personas tienen familia y amigos aquí, pero ya no tienen relación. Otras personas no tienen ni lo uno ni lo otro. Muchos y muchas se relacionan con gente que está en su misma situación, pero no podría jurar que en todos los casos pudiésemos hablar de auténticas amistades.

Además de las ideas preconcebidas, otra tara fue el miedo ante el y-yo-contigo-de-qué-hablo. Fue fácil: de cualquier cosa. Me asombró el hecho de que, en algunos casos, las personas con las que hablaba no querían café, ni caldo, ni magdalenas. Querían hablar. Que te sentases ahí, y hablar. Y en esas noches he tenido muchas de las conversaciones más interesantes de mi vida.
Con esto quiero eliminar otra idea preconcebida: empatizar no es preguntar ¿y a ti, qué te ha pasado? Es más, evitad la pregunta. Si se quiere contar, se cuenta. Pero no se pregunta. ¿Qué más da lo que le haya pasado? ¿Acaso no tenemos información suficiente al saber que está en la calle, y que no es justo?

Quitémonos, señores y señoras del primer mundo de clase media para arriba la etiqueta de héroes con un pin de solidarios que vienen a rescatar a los pobres de sus miserias. No. No vamos a arreglarle la vida a nadie, no vamos a ponerles un piso en la playa, no vamos a cambiar su vida. Sólo vamos a intentar hacerla un poco mejor, en la medida en que podamos.
De cambiar la situación de la gente sin hogar deberían encargarse otros. Pero no las organizaciones como en la que yo estoy.

Nuestra función no es asistir a la gente en situación de calle, sino relacionarnos con ellos y con ellas, intercambiar opiniones… hablar. Nada de escaños, nada de jerarquías.

Sólo gente que va a hablar con otra gente. 

sábado, 19 de noviembre de 2011

Bienvenidos, bienvenidas.

Nací en San Salvador (El Salvador), gracias a un padre segoviano y una madre vallisoletana. Me cuentan que viví allí los tres primeros años de mi vida, pero, cuando volví, con nueve años, sólo me acordaba de una música del móvil de mi cuna.
Nos fuimos a Valladolid cuando yo iba a empezar a ir al colegio, porque mis padres decidieron que San Salvador no era lugar seguro para mí. Me dicen que en mis primeros meses en España decidí no hablar, parecía que yo estaba muy enfadada.
Con el paso del tiempo el enfado se fue y comencé a vivir una vida española: no tengo rasgos de América Latina, el acento se me fue enseguida, adopté las costumbres de acá.

Con 18 años, decidí que Valladolid me sabía a poco y me vine a estudiar Periodismo a Madrid, en la Universidad Complutense.

Con nueve años, mis padres me llevaron de nuevo a San Salvador por un mes, de vacaciones de verano. A partir de ese momento mi concepto “vacaciones” sufrió varias crisis. De ese viaje recuerdo bastantes cosas, todas relacionadas con las sensaciones que fui teniendo en ese mes: incomodidad ante gente que me conocía y yo a ellos no, choque al cambiar totalmente la forma de vida que yo tenía, un bastante intenso jet lag… También recuerdo el enorme bajón que me dio una vez volvimos a Valladolid. No sabía a qué se podía deber, pero estaba triste. Mi madre siempre dice que es el bajón que da después de una serie de emociones fuertes. Será.

Desde entonces, no he vuelto a tener relación con El Salvador, ni con América Latina en general. Las cosas que sabía o que iba conociendo eran gracias a mis padres, sobre todo mi padre, que siempre estaban trabajando en asuntos relacionados con esa zona, cooperación, solidaridad, género, etc. Hasta ahora. Ahora voy sabiendo cosas por mí también.
Creo que Latinoamérica coge (y acoge) muy fuerte a la gente que nace en su tierra, y difícilmente los deja ir. Yo me enorgullezco de decir que no me dejó ir, y la prueba está en querer escribir sobre mi primer continente dieciséis años después de haberlo “abandonado”.
Así que ya os digo mis intenciones: quiero hablar sobre América Latina (con su gente con rasgos latinoamericanos, acento latinoamericano, costumbres latinoamericanas). Pero pretendo, además, escribir también sobre temas de Cooperación, Solidaridad, Género, Derechos Humanos… y lo que se vaya presentando.

Sin clichés, sin mitos, sin generalizaciones.

Pero una cosa os pido, futuros (y esperados) lectores y lectoras: sed buenos/as, sed pacientes. Estoy empezando y todavía no sé mucho, es posible que, si hay suerte y sigo escribiendo sobre esto, me retracte de cosas que diga al principio: esto sólo será buena señal, estaré aprendiendo.
Eso sí, si hay gente (espero) a quien le vaya interesando, gustando o lo que sea este blog, que comente, critique y alabe (también dejo) todo lo que quiera y más. Yo estaré encantada de responder, retractarme y agradecer.

Lo dicho, ¡empezamos!